5 de julio de 2018

UN OBISPO “ULTRAJADO” EN TERUEL. I.- El personaje


El obispo, retratado para “Miscelánea Turolense” por Teodoro Gascón, hermano del editor del periódico, el filántropo Domingo Gascón, a quien Teruel dedicó la plaza que lleva su nombre.

       “El año 1891, don Maximiano fue nombrado obispo de Teruel.
        Comienza entonces una época penosa de su vida”.

   Esta afirmación aparece en la biografía de nuestro protagonista, Maximiano Fernández del Rincón y Soto Dávila, publicada en el libro “Raíces linarenses”, de Flavia Paz. Porque el pobre obispo, a pesar de su generosidad a la hora de dar limosnas, ¡qué desagradecidos!, fue objeto de una algarada que le decidió a “exiliarse” en Albarracín. La rabieta del obispo tuvo una enorme repercusión en la prensa toda España, se trató en el Consejo de Ministros y en las Cortes, y llegó a plantearse la supresión de la Diócesis por abandono de su titular. Nunca volvió a Teruel el obispo, porque los turolenses no le dieron la satisfacción que exigía, y tras unos meses en la ciudad de Albarracín fue “compensado” con el Obispado de Guadix (Granada).

   Maximino Fernández nació en Jaén el 21 de agosto de 1835. Fue obispo de Teruel entre 1891 y 1894, y después de Guadix-Baeza hasta su muerte, ocurrida el 24 de julio de 1907. Fundó en Granada la Congregación de las Religiosas de la Presentación de la Virgen María, y en la legislatura 1896-1898, fue senador en representación del Arzobispado de Granada.

   Qué ocurrió aquel 3 de julio de 1893? ¿Fue una algarada multitudinaria, masiva, o la obra de un puñado de exaltados? ¿Cuál fue el detonante de la protesta? Como siempre, aparecen versiones contradictorias, y llama especialmente la atención la postura de la prensa turolense, conciliadora, quitando importancia al suceso. Justo lo contrario que en algunos periódicos católicos que vieron como un terrible ultraje lo ocurrido al pobre obispo.

   Para empezar, en el citado libro “Raíces linarenses” leemos:

   “Acostumbraban a celebrar los liberales turolenses anualmente los triunfos alcanzados en la última guerra civil contra los carlistas. Solían empezar los actos con un responso, al que seguían discursos conmemorativos y procesión cívica. Informado el obispo de los excesos contra el clero que se intercalaban en estas piezas oratorias, prohibió el toque de campanas durante el responso y la asistencia de los sacerdotes a la procesión cívica. Los liberales promovieron un motín en contra del obispo que duró toda la tarde del día 3 de julio, hasta el anochecer (...).   “El obispo de Teruel, al sentirse injuriado públicamente, salió de la ciudad y se retiró a la diócesis de Albarracín, que también le estaba encomendada. Desde allí, esperó inútilmente a que la ciudad le diese una satisfacción”.

   Más edulcorada es la crónica que reproduce “El Eco de Teruel”:

   “La circunstancia de no haber asistido el clero -por disposición superior- a la procesión ocasionó alguna excitación que produjo más tarde, y por la noche, manifestaciones de disgusto ante el palacio del Sr. Obispo, que fueron sofocadas por nuestras autoridades en breves momentos, si bien la de la noche obligo al Sr. gobernador civil a tomar algunas precauciones serias por si se daba el caso de que los manifestantes se negaban a retirarse a su casa”. 

   Lavándose las manos, añaden que no quieren dar detalles y que corren “un tupido velo” sobre los excesos cometidos.

   Pero las noticias de la prensa nacional fueron más claras que las de “El Eco de Teruel”, se habló de intento de incendiar el Palacio Episcopal, de amenazas de muerte y graves insultos contra la religión, de concejales que repartieron pitos entre los manifestantes... El hecho se debatió en las principales instituciones, como veremos a continuación.

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