Cabecera de "El Turolense" y encabezamiento de la noticia, en la primera de sus cuatro páginas (Hemeroteca digital del Ministerio de Cultura) |
Fue una sorpresa encontrar este relato al "hojear" viejos periódicos digitalizados, pues lo había escuchado de niño en el pueblo
de mis abuelos; era la prueba documental de una de esas historias -moraleja
incluida- que se contaban en torno al fuego del hogar en tiempos pretéritos.
Aparece en el primer ejemplar del año 1877 de "El Turolense", fechado el 2 de enero. Desgraciadamente, el cronista se niega a
identificar el pueblo de autos y menos a la familia o alcalde implicados. La oí
en Cedrillas, puede que fuese en el entorno, o simplemente que se difundiera
por allí tras la publicación del periódico, nunca lo sabremos.
La primera reacción del redactor de “El Turolense”
es de incredulidad y cautela: “hemos
oído referir un acontecimiento tan eminentemente dramático, que no nos
atrevemos a darle entero crédito, a pesar de lo cual nos creemos obligados a
ponerlo en conocimiento de nuestros lectores (...)”.
Narra “El Turolense” que los hechos ocurrieron a
mediados de diciembre anterior, a poco de terminar la última guerra carlista
(1872-1886):
“(…) Llegó al anochecer al pueblo de X, un licenciado del ejército con las
insignias de sargento; presentóse al alcalde y le pidió una boleta de
alojamiento -un privilegio de los militares en tránsito- para casa de... Llamó la atención del
alcalde su exigencia, y trató de enterarse por medio de preguntas quién era y a
dónde iba, logrando obtener la historia completa del licenciado, el cual, una
vez satisfecha la curiosidad de la autoridad local, le indicó su deseo de que
en la boleta no constase su verdadero nombre, sin duda alguna había inspirado
completa confianza, cuando logró ser complacido.
“Fue a la
casa que deseaba, presentó la boleta y le mandaron pasar a la cocina, sitio de
reunión familiar en los pueblos. Mientras le preparaban un modesto refrigerio,
contó su historia al matrimonio que allí vivía, los cuáles le escuchaban
absortos; pero la sorpresa de estos subió de punto cuando les manifestó que había
logrado hacer un capital, y al efecto les dio a coger un maletín que llevaba
para que notasen su excesivo peso”.
El caso es que cuando, muy cansado, se retiró a
dormir el soldado, el matrimonio comentó esta conversación, y según narra “El
Turolense”, la esposa “excitada por el
deseo de obtener lo ajeno, propuso a su marido que le diera muerte a fin
apoderarse de aquella fortuna que consigo traía”. Él no quería, pero
aterrorizado por las amenazas de la malvada mujer, accedió.
Y así lo hizo. Mató al soldado; escondieron el
cadáver. A la mañana siguiente, pasó el alcalde por delante de la casa, y allí
estaba la madre del interfecto, como si nunca hubiese roto un plato:
“- Buenos
días, vecina, ¿descansó ya el alojado?
“- No solo
descansó ya, sino que bien temprano se puso en marcha deseando llegar pronto a
su pueblo.
“- Tú te
chanceas, mujer; ¡que ha de ir a su pueblo si estaba en él!
“- Señor
alcalde, repito que se ha marchado.
“- Pues yo te
digo que no es posible, y tú me vienes con misterios, pues antes que tú supe yo
quien era.
“- Toma, y
eso qué?
“- ¿Qué? que
es tu hijo.
Demudada, la mujer
insistió en que se había ido, el alcalde empezó a sospechar, entraron en la
casa y encontraron el cadáver en una tinaja. Y al prender a los parricidas, el
alcalde precisó que “él me dijo anoche
que no pensaba deciros quien era, hasta hoy, si no le reconocíais (...)”.
Así que ya sabéis, “La
avaricia rompe el saco”, o “Sorpresas te da la vida”.
La tercera Guerra Carlista y sus puntos calientes (mapa realizado a partir del de Foro 1898 punto de encuentro) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario