En una sociedad
ignorante, donde la rabia era una terrible enfermedad sin cura, el clavo
ardiendo al que muchos se agarraban si sospechaban haberla contraído era el
“saludador”. Una especie de curandero denostado por la escasa población culta,
pero en quien llegaba a confiar ciegamente el vulgo, hasta el extremo de que
los propios Ayuntamientos requerían sus servicios para el pueblo.
Define como “saludador”
la Real Academia: “Embaucador que se
dedica a curar o precaver la rabia, con el aliento, la saliva y ciertas
deprecaciones y fórmulas”. Hay una primera acepción que es el adjetivo “que saluda”; sin embargo en el caso
que nos atañe la palabra no deriva de “saludo”, sino de “salud” por la
capacidad de sanar que se les suponía.
Un don que
reivindicaban en función de circunstancias de su nacimiento como ser el mayor
de dos hermanos gemelos, el séptimo hijo varón, venir al mundo en fechas como
Jueves o Viernes Santo, Nochebuena, etc... No solo “saludadores”, también había
“saludadoras”. Compaginaban esta actividad con otras como las propias del campo,
o la mendicidad.
Como narré al hablar
de los lobos (“Lobos y rabia, mala combinación”), cuando en Las Parras de Martín, corriendo el
año, 1847, dos pastores sospecharon que el animal que les había mordido estaba
rabioso, “fueron a un saludador que se consiente esté a las
inmediaciones de Teruel alimentando este fanatismo contra la religión y haciendo
víctimas, pues descuidan de otros medios de curación”.
La confianza del
pueblo llano y la permisividad de las autoridades con estos farsantes exasperaba
a las clases cultivadas. “La Asociación” revista profesional de Medicina y
Cirugía, Farmacia y Veterinaria de la provincia de Teruel”, narra en julio de
1883 que en el pueblo de Tortajada, a medianos de abril apareció un perro
hidrófobo “al que se pudo matar después de haber mordido a
alguna persona y a varios animales domésticos, y los dueños de éstos quedaron
muy tranquilos por cuanto fueron inmediatamente a presentarlos al saludador”.
Pasados cuarenta días,
un vecino llamado Juan Cebrián se presentó ante el veterinario, Lucas Herrero,
con un mulo que presentaba todos los síntomas de hidrofobia; así que le instó a
comunicárselo al alcalde y a actuar conforme se estipulaba en estos casos.
“... Tal
proceder indica el buen sentido, previene la ley y aconseja la ciencia; pero el
labrador interesado opinó de otra manera, y marchó con su mulo por segunda vez
en busca del saludador, regresando muy pronto a su pueblo sin el animal, pues
se le mató desesperado en el camino, pero sin dudar jamás, a pesar de todo, del
poder milagroso y santidad del saludador de Torre la cárcel (Torrelacárcel).
“¡Oh tolerancia de nuestras
autoridades, ejercicio de las profesiones médicas, cultura y civilización de
nuestro pueblo...!”
Otra publicación de un
sector cultivado, “La Unión”, destinada a los maestros de la provincia, narra
en mayo de 1887 el siguiente suceso con fines pedagógicos:
“En término de Orihuela ha tenido
desastrosa muerte un labrador llamado Roque Cerezo, de 30 años de edad, casado
a quien mordió un perro hidrófobo, de su propiedad, hace poco más de un mes. El
infeliz acudió el mismo día que fue mordido a un saludador que llaman «el tío Matamadres», con lo que se quedó
tranquilo y tan confiado, que se negó a toda curación facultativa.
“Pues bien: desarrollado el terrible
mal, se escapó de casa y fue al campo. Allí le encontraron la Guardia civil,
varios municipales y unos cuantos curiosos completamente desnudo y sin dejar
que nadie se acercase a él. Solo aprovechando una ocasión, se logró tirar una
capa encima y sujetarle por este medio; pero cuando iban a amarrarlo, se lo
encontraron ya muerto.
“Casos como este puede y debe
aprovechar el maestro para inculcar en sus discípulos ideas de aversión a esas
gentes que viven exclusivamente de la ignorancia del vulgo, con gravísimo
detrimento de la salud de los intereses de éste”.
Representación de un “saludador”, en un grabado publicado por “Nuevo Mundo” en 1908. |